viernes, 22 de julio de 2011

DE AQUÍ Y DE ALLÍ

"Sin lengua", de Vladímir Korolenko (Editorial Barataria) y "Padre, hijos y primates" de Jon Bilbao (editorial Salto de Página), son las dos novelas que he reseñado este mes, y cuyas portadas por algún problema de este puñetero programa no puedo insertar.
Dos libros a bastantes años el uno del otro, dispares, por cuanto huyen de la estructura de la novela (la primera tira hacia el cuento antropológico, la segunda quiere ser relato largo. La primera narra una peripecia casi física con un Nueva York de fondo que se prepara para lo que vendrá después, una ciudad hostil, un campo de entrenamiento para supervivientes como el que describe Antonio Ruiz Vilaplana en "Destierro en Manhattan. Refugiados españoles en Norteamérica" (Zimerman editores, 2010). La segunda describe dos turbulencias, la exterior que se vive gracias al huracán que alcanzará el Yucatán, y la interior que vive (o que construye y tiene que creerse) el protagonista.

En http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=4097 la reseña sobre el libro de Bilbao, y aquí mismo la de Korolenko, dos buenos materiales para pensar en vacaciones (no "en" las vacaciones).


Título: Sin lengua

Autor: Vladimir Korolenko

Traducción: Luis Abollado Vargas

Editorial: Ediciones Barataria

Págs: 191

Precio: 17 €



Nunca pensé encontrar en cualquier floristería una tarjeta de felicitación que incluyera alguna frase de Alfonso X “El sabio” (en castellano de ahora corriente y moliente, of course): “Quema leños viejos, bebe vino viejo, lee libros viejos, y ten viejos amigos”. Pero ahí estaba, entre anthurium, orquídeas y pequeños cactus, un ramillete de palabras que me dio que pensar que lo mismo que los azúcares del vino se transforman en alcohol, algunos libros viejos llegan a convertirse en viejos amigos. Sin duda, “Sin lengua”, de Vladimir Korolenko es uno de ellos, aunque lo tenga apenas recién leído.

“¿Qué hay de nuevo, viejo?”, lanzaba siempre desafiante Bugs Bunny, y a mí me fascinaba esa mezcla de los antagonistas nuevo y viejo en una pregunta. ¿Qué hay de viejo en este libro ahora nuevo gracias a Ediciones Barataria? Me parece que únicamente la fecha de nacimiento: 1895. Bueno, también su carácter de narración antropológica con la que Vladimir Propp se frotaría las manos por aquello de que quizá se ajuste perfectamente a su “Morfología del cuento”: partimos de la descripción histórica y social de una aldea ucraniana donde la vida es difícil (p. 51: “El pez busca hondura, y el hombre hartura”), donde coexisten entre otros personajes un “tonto” colosal en su figura y fuerza proverbial, (Matvei “el timón”) y un “listo” adaptativo y físicamente débil (Iván Lozinski “El humos”) que salen en busca de fortuna. La hermana de Matvei se extravía en el viaje (una doncella a quien salvar). Siguiendo las pautas de Propp tenemos las dificultades del héroe, la transformación profunda de los personajes (durante el viaje en barco se nos desvela un Matvei que aunque no encuentra palabras para expresar su pensamientos tiene una altura mental a la que el narrador presta profundidad poética. En las circunstancias actuales a su amigo y compañero Iván no le basta con su mínima picardía rural…) ¿Y qué hay de nuevo? Para empezar, el viaje que emprenden a un universo desconocido, tiene como destino otro continente en las antípodas ideológicas de la vieja Europa: una Norteamérica en construcción que está naciendo al mundo, y ellos concretamente apuntan a su núcleo, esto es, Nueva York. Como no empeño con ello ningún honor me da igual si meto la pata, así que me parece oportuno señalar que por las venas de esta novela fluye un plasma futurista (hay que esperar hasta 1909 para que Marinetti publique su manifiesto), que adivinamos en ese canto a las máquinas en forma de asombrado temor totémico ante los tranvías que nunca han visto, el ferrocarril que nunca imaginaron, las casas de altura babilónica que nunca divisaron. ¿Qué más hay de nuevo, viejo? Pues que es una obra moderna: se permite interrumpir el hilo de la narración transcribiendo noticias (“sueltos periodísticos” le llama) que vienen a apoyar lo que se cuenta haciéndonos oscilar en la duda de cuánto hay de mentira y de verdad en toda esta “historia”.

Novela moderna y novela vademécum: recuerde el viaje iniciático del archiconocido griego; contiene un Cándido; podría hablarse por momentos de un narrador a lo Walt Whitman que en muchos momentos celebra la naturaleza… Pero ante todo es un ensayo social, una obra humanista que critica la esencia de la vieja Europa, sus separatismos económicos estancos, sus odios religiosos (pogromo de Dubno contra los judíos) frente a la armonía universal de esta nueva tierra de promisión… Ojo, no estamos hablando de un iluminado, de un converso. Con la leal determinación del testigo valiente, con un envidiable tacto pedagógico también despliega los planos del lado más oscuro de esta maquinaria en la que los engranajes empiezan a atascarse: los tejemanejes de unos poderosos emergentes que el cine negro se encargará de revelar en celuloide. ¿Y qué más? Pues que Tana Janowitz debió leer “Sin lengua” antes de publicar su “Un caníbal en Manhattan” (me parece que Anagrama lo ha reeditado en 2011). Naturalmente y como no podría ser de otra forma si hablamos de literatura, (aunque hace los veintitantos que lo leí y no podría fiarme mucho de mi memoria), aquel libro que coloca a un ex-caníbal procedente de Papúa Nueva Guinea (recordemos que el canibalismo lo prohibieron en Papúa Nueva Guinea en 1953, si estoy en lo cierto, aunque sí es cierto que no dejó de practicarse a tenor de la presencia de “kuru”, o sea nuestra encefalopatía, a causa de la ingesta de cerebros humanos) en el centro de un Nueva York años 70-80 de artistas conceptuales donde a partes iguales se conjuga la comicidad y la tragedia que Vladimir Korolenko insufló muchos años antes en esta novela que estamos tratando, (aunque en Korolenko el combustible es la imposibilidad de comunicarse, página 20, “Pues es verdad. Sin lengua va uno como un ciego o como un chiquillo”, en Janowitz son las costumbres, el perfil antropológico).

Yo creo que todo está dicho, aunque voy a añadir lo que se dice a sí mismo nuestro particular Ulises, nuestro Matvei “El timón” en la página 31: “Porque las personas son propensas a la compasión y al amor, sobre todo en tierras extrañas”.

Un libro, cómo no, es tierra extraña. Por eso siempre tememos perder el tiempo, lo más valioso, adentrándonos en sus páginas. Pero al calor del amor y la compasión que inspira este libro viejo, se sentirán cobijados los viejos. Y la aventura y las situaciones complicadas harán crecerse autosuficiente, a cualquier joven que abre los ojos al mundo y tiene que aprender a caer, caer y levantarse, con la ayuda, también por qué no, de los libros viejos. Hagan caso a Alfonso X “El sabio”, que dijo aquella frase del principio, y que de esto debería saber un rato.

José Cruz Cabrerizo